La soledad que duele es un enemigo silencioso, y destructor. Se oculta y ataca desde las sombras en el momento más impensado. Es melancolía, es tristeza en el alma que sale por los poros, deforma la cara, y entristece los ojos. La soledad que duele, una vez que se afincó en una persona no se ahuyenta rodeándose intencionalmente de gente, o sumergiéndose en una vorágine de actividades, y mucho menos con el alcohol, las drogas, o compañías eventuales.
La soledad que duele puede ser física, emocional, espiritual y hasta virtual. Hay soledad en la vejez, pero la hay también en la juventud. Duele en la falta de pareja, en el abandono, en la viudez y en la soltería. Duele por las noches, y los domingos por la tarde. Duele, aunque se oculte detrás de éxitos eventuales.